La experiencia nos enseña que el amor humano de la pareja se ve afectado por múltiples ofensas como las infidelidades, el maltrato y agresividad en los hechos o las palabras, las adicciones, la indiferencia, las discusiones por los distintos puntos de vista, la rutina, las susceptibilidades, etc. Todo esto hiere el bien común de la alianza conyugal y el derecho a vivir en paz en la familia. En el caso de la pareja/familia es evidente que las ofensas que hieren más hondamente son las que afectan las relaciones interpersonales y crean un ambiente de desconfianza mutua y resentimientos.

En esta VI Fiesta del Perdón y la Reconciliación partimos de un gran convencimiento personal: si algo importante debemos aportar los cristianos a este mundo roto y dividido, violento, injusto y con frecuencia cruel, sobre todo con los más débiles, es precisamente la reconciliación, el perdón, la paz. Estas son expresiones frecuentes, que indican actitudes y acontecimientos positivos y gratificantes que todos esperamos a nivel familiar, social, nacional e internacional.

Tratar del perdón y la reconciliación s referirse a una hermosa tarea, cargada de responsabilidad y deseos de bien y de paz, con los que siempre nos encontramos en deuda. Si miramos nuestra historia personal y familiar existen muchas situaciones personales de perdón dado o de perdón recibido. Bien lo afirma el Papa Francisco:

La historia de una familia está surcada por crisis de todo tipo, que también son parte de su dramática belleza. Hay que ayudar a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa. Cada crisis implica un aprendizaje que permite incrementar la intensidad de la vida compartida, o al menos encontrar un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. (n.232).

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No solo parejas, también familias!