Las primeras palabras que conocemos de Dios en la Biblia son: “Haya luz” (Gn 1,3).  Las Sagradas Escrituras son Palabras de Dios y nos revelan los múltiples modos con los cuales Dios habla e intenta el diálogo con nosotros y con todas sus creaturas.

En el capítulo primero del Génesis, que describe con un refinado lenguaje simbólico el crear de Dios, 10 veces repite la expresión:  “Dijo Dios”.  El número de las recurrencias no es casual, sino que responde a una precisa intención narrativa y teológica.  Diez palabras pronuncia Dios creando:  un decálogo.  Como hay un decálogo de la alianza, narrado en la tradición del Exodo (20,1-17).  

Existe el decálogo de la creación.  Con diez palabras Dios crea a su pueblo de un caos de tribus dispersas; también con diez palabras crea todo lo que existe colocando en orden aquél caos con el cual la Biblia se abre: “La tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían las superficies del abismo” (Gn 1,1b).   Detrás de este modo de narrar, aparece una sabia reflexión teológica, una manera de conocer el rostro de Dios que nos ayuda a comprender su modo de obrar:  

Para Dios crear significa hacer alianza, por tanto, entrar en relación, no sólo con su pueblo, Israel, sino con todas sus creaturas. Si Israel es llamado a una relación particular y privilegiada, lo será para que se convierta en signo e instrumento de esta alianza universal querida por Dios.

Otro verbo significativo que nos señala el relato de la creación es:  “separar”.  Dios crea separando la luz de las tinieblas, las aguas que están debajo del firmamento de las aguas que están encima del firmamento; la tierra seca del mar; el día de la noche… hasta llegar a la última separación:  el hombre de la mujer.  Dios crea separando, suscitando esto es una alteridad, porque para él  crear no significa simplemente hacer existir las cosas, sino colocarlas en relación entre ellas.  Crear significa suscitar el diálogo, hacer posible el encuentro y la comunión.  Y no hay comunión posible sino sobre el terreno de la diferencia y la alteridad (el otro).

El problema, como nos recuerda las dramáticas páginas que seguirán (Gn 3)  sobre la aparición del  pecado, es que el hombre y la mujer no habrán sabido vivir con altura esta alteridad.  Más que acogerla como espacio de diálogo y de encuentro, la transformará en un lugar de sospecha, de celos, envidia, competición.  Todos estos sentimientos, señalan la incapacidad de vivir en paz y paciencia las dinámicas propias de la diferencia.  Aparece el pecado que desfigura la belleza de la creación.  “Dijo el hombre: la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí” (3,12). Antes había exclamado de gozo ante la aparición de la mujer: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2, 23).

Dios entonces, después de las 10 palabras de la creación, deberá decir otra palabra:  la última, la definitiva, como recuerda el inicio de la Carta a los Hebreos (1,1-2).  Esta palabra redentora que es el Hijo mismo venido en nuestra carne, para devolver a nuestra carne, así como a toda otra realidad creada, su belleza, luminosidad y transparencia gracias a aquella palabra creadora que todo sea en la luz.  En el Hijo, nacido de María, Dios vuelve a repetir: “Haya  luz”, rescatando toda realidad, en especial modo, nuestra humanidad, de la tiniebla del mal, del sufrimiento, del pecado.

Como nos narran los evangelios esta Palabra, convertida en carne, puede ser tocada, para recibir sanación y salvación.  Nuestra realidad creatural es así liberada y restituida a aquella belleza inicial querida por Dios en el gesto gratuito de la creación.  También tocar es un gesto de relación.  Se toca a Jesús, se entra en relación con Él, para que todas nuestras relaciones sean curadas, transformadas y salvadas.  Basta el “borde de su manto”, dice el evangelista (Mc 6, 56).  En la relación con esta persona, que es Jesús, toda la creación llega a su plenitud, recupera su belleza inicial.  Lo afirma el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica postsinodal, La Alegría del Amor:

“Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a través de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida.  Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros.  Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo” (AL n. 59). 

Le pido al Señor que nos conceda en este 2019 a todas las personas, parejas y familias de la Pastoral Familiar del Minuto de Dios, de la Comunidad Matrimonial Alegría, con todas sus koinonias y ministerios, vivir esa experiencia personal de encuentro vivo y seguimiento de la persona de Jesucristo:  “Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2ª Cor 5,17). En la comunión profunda con Él y entre nosotros lograremos ser esas personas, parejas y familias que Dios quiere según su gran designio de amor y de salvación para todos.

Los recuerdo a todos en mi oración y los confío a los corazones amantes de Jesús y de María,

P. Raúl Téllez V. CJM

Director Pastoral Familiar Minuto de Dios
rtellezv@hotmail.com


No solo parejas, también familias!